Carlos Germán Belli nació en Lima, el 15 de setiembre de 1927. Vivió de niño dos años en Amsterdam y estudió luego en el colegio Raimondi. Ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y a la Pontifica Universidad Católica, pero no realizó una carrera académica, pues entró a trabajar desde muy joven en la administración pública y, más tarde, en el periodismo. En 1958 publicó su primer libro: Poemas, al que seguirán, entre otros títulos, iOh Hada Cibernética! (1961), El pie sobre el cuello (1967), Por el monte abajo (1966), Sextinas y otros poemas (1970), En alabanza del bolo alimenticio(1979), Los talleres del tiempo (1992), iSalve, Spes! (2003), Los versos juntos. Poesía completa (2008). Considerado uno de los poetas más importantes de la lengua, Belli ha merecido el Premio Nacional de Poesía (1962), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2006), el Premio Casa de las Américas de Poesía José Lezama (2009) y ha sido propuesto al Premio Cervantes y al Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En dos ocasiones ha recibido, además, la beca Guggenheim (1969 y 1987). En 1980 se graduó como doctor en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos con una tesis sobre la poesía de Carlos Oquendo de Amat y en 1982 fue incorporado a la Academia Peruana de la Lengua. En 2014, el poeta Carlos Germán Belli fue invitado por el Centro Cultural Inca Garcilaso del Ministerio de Relaciones Exteriores para inaugurar el ciclo «La república de los poetas. Antología viva de la poesía peruana, 2014-2021», que fuera acompañado de una exposición bibliográfica sobre su obra.
Conjunto de versos que ofrecen, según el propio autor, dos corrientes: la preocupación por las formas clásicas, algunos poemas de métrica clásica y, por otro lado, la vanguardia, el espíritu moderno.
La cibernética, en el año 60, no es más que una palabra que se atribuye al ordenamiento de información sobre el hombre, pero es en la escritura del poeta donde alcanza un nuevo orden, luz, y destino. Carlos Germán Belli creerá lo que el hada le permita, esta diosa cibernética que todos los cuerpos portamos pero que de manera tan secretamente guardamos como ignorantes de nuestros propios dioses.
Este inédito libro nos muestra un sujeto contento de sí mismo, dedicado a escribir y amar «en el restante tiempo terrenal». En esta, su última etapa creadora, nos sigue sorprendiendo con sus ríspidos versos (¿ríspidos, surrealistas, barrocos?) y su afán de fundar un futuro con un lenguaje que se arraigue en la tradición, más allá de cualquier ominoso signo de postergación y alineación.
Recopilación de crónicas periodísticas.
El hablante poético, sin más ni más, da a entender desde el título del libro (El alternado paso de los hados) que él es un juguete del destino, según suele decirse comúnmente. Y lo hace verificando el cambiante discurrir de los hados.
En este poemario el lector encontrará las primeras prosas líricas que aparecieron como palabras preliminares, codas y secciones independientes.
Carlos Germán Belli (1927) es un caso aparte en la poesía de lengua española. Sin antecedentes ni discípulos, desde que descubrió la poesía todavía en el colegio y leyendo a Rubén Daría, según confesión propia, ha seguido como poeta un camino personal, creando, como dice Borges, sus propios precursores y construyendo una obra de insolente y sorprendente naturaleza, que, al cabo de los años, ha ido siendo reconocida como una de las más profundas y originales de nuestro tiempo.
Este reconocimiento ha tardado porque la poesía de Belli no es fácil ni hace concesiones a los lectores, más bien los desafía e induce, a fin de poder entenderla y disfrutar de ella, a revisar las nociones más elementales de lo que, en el sentido más general de esas palabras, se entiende por poesía y por belleza.
Todo es desconcertante en esta obra, empezando por sus fuentes, tan disímiles. En ella el surrealismo, el letrismo y las corrientes de la llamada vanguardia han dejado una huella, al igual que los grandes poetas del Siglo de Oro, y clásicos como Petrarca. Pero no menos importante para darle el ser han sido la jerga limeña y los dichos y refranes barriobajeros que en los poemas de Belli a menudo se confunden con los cultismos y arcaísmos más rebuscados en imágenes, metáforas y alegorías tan inesperadas como truculentas.
Todo esto parecería indicar que la poesía de Belli es formalista y experimental, una búsqueda de novedades y audacias en el dominio de la palabra, el ritmo, la estrofa y el verso. Y, en efecto, lo es también, pero sólo en segunda instancia, porque, en verdad, esta poesía de expresión tan trabajada y singular, tan exquisitamente manierista, está impregnada de vivencias, de pasión y sufrimiento, es un dramático testimonio de la vida cotidiana y las frustraciones, miserias, decepciones, quimeras y menudas ocurrencias, que el poeta exhibe con tanta impudicia como angustia, revistiéndolas con esa lujosa indumentaria, como una vieja ruinosa, desdentada y purulenta que se envuelve en capas de armiño y joyería de lujo.
Todo lo que hay de grotesco en los formidables contrastes de que está hecha la poesía de Carlos Germán Belli se halla humanizado por el humor, otra constante de su mundo poético. Un humor ácido a veces y otras beligerante y feroz, un humor que hace reír y alarmarse al mismo tiempo, y que nos lleva a reflexionar sobre todo aquello que es para el poeta materia de risa y burla: la condición humana, la trascendencia, la libertad, el destino, el tiempo, la vejez, la muerte y la soledad. No conozco ningún poeta de nuestra lengua que materialice mejor que Carlos Germán Belli lo que André Breton describió como «humor negro» en su célebre antología.
En los poemas de Belli una cebra lame el muslo mutilado de una niña, dos bolos alimenticios dialogan en el «estómago laico» del poeta y se preguntan adónde van; el mismo poeta, que es un pobre amanuense del Perú, se descuajeringa «hasta los cachas de cansado ya», y existe un lugar llamado «El Bofedal» donde van a echar los bofes todos los seres humanos que, como el poeta, sienten que éste es un mundo de desolación y ruina. No es de extrañar que el feto que va a irrumpir en este mundo horrible frunza su frente y enarque las cejas espantado ante semejante perspectiva. El, cuando crezca y asuma su deleznable destino humano, terminará sin duda rindiendo culto también al Hada Cibernética, ese extraño fetiche esperpéntico que, desde época temprana, oficia en la poesía de Belli de diosa y madrina, tan artificial y barroca, tan macabra y absurda como esa humanidad atolondrada, extraviada y doliente que ha hecho de ella su divinidad.
El pesimismo que transpira la poesía de Carlos Germán Belli es histórico y metafísico a la vez. Tiene que ver con las condiciones sociales, que multiplican la injusticia, la desigualdad, los abusos y la frustración, y con la existencia misma, una condición que aboca al ser humano a un destino de dolor y fracaso. Ahora bien, si esta voz que se conduele de sí misma de esa manera tan abyecta, y que plañe, se queja y protesta, y parece a veces gozar con ello como un masoquista, fuera sólo eso, desesperación pura, desgarro perpetuo, difícilmente despertaría el hechizo y adhesión que merece siempre la buena poesía. Y ese es el caso de la poesía de Belli, que, cuando el lector aprende a descifrar sus claves y penetra en sus laberintos, nos revela los tesoros que se ocultan debajo de esas máscaras lloronas y desesperanzadas: una inmensa ternura, una piedad acendrada por la miseria moral y material de quienes sufren y son incapaces de resistir los embates de una vida que no entienden, que los sacude y derriba como un viento ciclónico o una marejada súbita. Piedad, humanidad, solidaridad con los que sufren, desde el mismo sufrimiento, bajo el oropel y los lamentos, un corazón que se desangra, gota a gota, y hace suyo el dolor que impregna al mundo: eso es lo que la poesía de Belli representa.
Digo «representa» en el sentido teatral de la palabra. Porque la poesía de Belli es también espectáculo. Y a hemos visto algunos de los personajes estrafalarios, grotescos y patéticos que protagonizan esta comedia macabra: ellos son apenas una muestra de la abigarrada muchedumbre de esperpentos, humanos y no humanos, que desfilan por este universo caricatural y fantástico.
Pero, al igual que el pesimismo, lo que hay de funambulesco y farsesco en esta pesadilla con humor negro en el mundo poético de Belli, está humanizado por la pureza del sentimiento que da a esta extraña comedia su autenticidad, su fuerza sugestiva y su verdad. Es un mundo juguetón y circense, pero el poeta no juega con él, o, en todo caso, juega con la seriedad con que alguien apuesta su vida, arriesgando todo lo que tiene y es en aquel juego de vida y de muerte.
Comencé a leer a Belli cuando publicó sus primeros poemas, allá por los años cincuenta, en la revista Mercurio Peruano y me bastó leer esa media docena de textos para sentir que se trataba de una voz nueva, de poderosa solvencia lírica y gran audacia imaginativa, capaz -como sólo saben hacerlo los grandes poetas- de producir esas transformaciones que consisten en volver bello lo feo, estimulante lo triste y oro -es decir, poesía- lo que toca. Todo lo que ha escrito desde entonces Carlos Germán Belli no ha hecho más que confirmar y enriquecer su extraordinario don de poesía.
Oh Hada Cibernética
cuándo harás que los huesos de mis manos
se muevan alegremente
para escribir al fin lo que yo desee
a la hora que me venga en gana
y los encajes de mis órganos secretos
tengan facciones sosegadas
en las últimas horas del día
mientras la sangre circule como un bálsamo a lo largo de mi cuerpo
Yo, mamá, mis dos hermanos
y muchos peruanitos
abrimos un hueco hondo, hondo
donde nos guarecemos,
porque arriba todo tiene dueño,
todo está cerrado con llave,
sellado firmemente,
porque arriba todo tiene reserva:
la sombra del árbol, las flores,
los frutos, el techo, las ruedas,
el agua, los lápices,
y optamos por hundirnos
en el fondo de la tierra,
más abajo que nunca,
lejos, muy lejos de los jefes,
hoy domingo,
lejos, muy lejos de los dueños, entre las patas de los animalitos, porque arriba
hay algunos que manejan todo,
que escriben, que cantan, que bailan, que hablan hermosamente,
y nosotros, rojos de vergüenza,
tan sólo deseamos desparecer
en pedacititos.
¡Oh alimenticio bolo, mas de polvo!, ¿quién os ha formado?
Y todo se remonta a la tenue relación entre la muerte y el huracán,
que estriba en que la muerte alisa el contenido de los cuerpos,
y el huracán los lugares
donde residen los cuerpos,
y que después convierten juntamente y ensalivan
tanto los cuerpos como los lugares, en un inmenso y raro
alimenticio bolo, mas de polvo.
¡Oh Hada Cibernética!, ya líbranos
con tu eléctrico seso y casto antídoto,
de los oficios hórridos humanos,
que son como tizones infernales encendidos de tiempo inmemorial
por el crudo secuaz de la hogueras; amortigua, ¡oh señora!, la presteza
con que el cierzo sañudo y tan frío
bate las nuevas aras, en el humo enhiestas, de nuestro cuerpo ayer, ceniza hoy,
que ni siquiera pizca gozó alguna,
de los amos no ingas privativo
el ocio del amor y la sapiencia.
Ya descuajaringándome, ya hipando hasta las cachas de cansado ya, inmensos montes
todo el día alzando de acá para acullá de bofes voy, fuera cien mil palmos con mi
lengua, cayéndome a pedazos tal mis padres, aunque en verdad yo por mi seso raso, y
aun por lonjas y levas y mandones, que a la zaga me van dejando estable, ya a más
hasta el gollete no poder, al pie de mis hijuelas avergonzado, cual un pobre
amanuense del Perú.
Nuestro amor no está en nuestros respectivos y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca ni en las manos: todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña, esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos, mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.
¡Oh alma mía empedrada
de millares de carlos resentidos por no haber conocido el albedrío de disponer sus días
durante todo el tiempo de la vida; y ni una sola vez siquiera
poder decirse a sí mismo:
«abre la puerta del orbe
y camina como tú quieras,
por el sur o por el norte,
tras tu austro o tras tu cierzo…!»
¡Oh Hada Cibernética!,
cuándo de un soplo asolarás las lonjas, que cautivo me tienen,
y me libres al fin
para que yo entonces pueda dedicarme a buscar una mujer
dulce como el azúcar,
suave como la seda,
y comérmela en pedacitos,
y gritar después:
«¡abajo la lonja del azúcar,
abajo la lonja de la seda!»
En las vedadas aguas cristalinas
del exclusivo coto de la mente,
un buen día nadar como un delfín, guardando tras un alto promontorio la ropa protectora pieza a pieza,
en tanto entre las ondas transparentes, sumergido por vez primera a fondo sin pensar
nunca que al retorno en fin al borde de la firme superficie,
el invisible dueño del paraje
la ropa alce furioso para siempre
y cuán desguarnecido quede allí, aquel que los arneses despojóse,
para con premeditación nadar,
entre sedosas aguas, pero ajenas,
sin pez siquiera ser, ni pastor menos.